viernes, 18 de julio de 2014

BAILE A GOLPE DE MACHETE

Se abre el telón y se encienden las luces. Diez parejas de jóvenes, ataviadas con trajes campesinos y brillantes y machetes en las manos, presagian un terrible combate. Sin embargo, cuando suena la música, un fogoso y acompasado merengue campesino trenza a las parejas en una hábil y peligroso baile, coordinado por el compás de los golpes y las defensas con las peinillas .

Se trata de una versión del Baile de los Macheteros, de la Fundación Cultural del Quindío (Fundanza), que comienza a darle identidad folclórica a esta región cafetera, así como la Costa se reconoce con la cumbia y el Tolima Grande con el sanjuanero.
Y no solo en el país. La coreografía montada por Fundaza fue escogida para representar a Colombia en el Festival Mundial del Folclor, que se realizará en Palmas de Mayorca (España) del 15 al 20 de diciembre próximo.
Para el viaje cuentan con el apoyo del Instituto Tolimense de Cultura, bajo el auspicio de Colcultura y el Convenio Andrés Bello.
La delegación de Fundanza consta de 35 personas entre 13 parejas de bailadores, ocho músicos y el director, y su coreografía central será el Baile de los Macheteros para competir ante 30 países.
Pero antes, tienen programada una gira. Del 24 al 25 de octubre estarán en Ibagué; el 12 y 13 de noviembre en Tuluá y Buga y para cerrar, en Bogotá del 6 al 10 de diciembre en el Teatro Colón, en el marco de la Segunda Conferencia Latinoamericana de Educación, Cultura y Sociedad.
El Baile de los Macheteros nació por la iniciativa de James González Matta, director de Fundanza, que recopiló por varios años información sobre las costumbres de los arrieros entre 1900 y 1920.
En esa época, el juego autóctono por excelencia era la esgrima o grima montañera, un enfrentamiento con machete en mano y 32 paradas o figuras, que se practicaba los días de fiesta en las fondas.
La más famosa por sus combates fue la de Puerto Espejo, que inspiró al poeta quindiano, Baudilio Montoya, para su soneto La niña de Puerto Espejo.
Allí, cada domingo se daban cita macheteros famosos, como el Tuerto Felipe y el Negro Marín , que protagonizaron espeluznantes combates que en muchos casos terminaron en entierro.
Pedro Nel Ospina, uno de los últimos macheteros vivos, recuerda con nostalgia la fiesta campesina.
Cada ocho días, el domingo después de la siesta del mediodía comenzaba a llegar la gente. Los hombres, de dril blanco impecable, camisa ancha, sombrero aguadeño y machete tres canales a la cintura, envuelto en su cubierta de cuero labrado. Las mujeres llevaban trajes de chapolera con pollera de varios colores, trenzas, polvos en el cutis y picardía en los ojos.
Los primeros amolaban las armas y las segundas preparaban las viandas en las parrillas de brasas ardientes, que chamuscaban sobre el fuego dorados cochinillos sazonados con laurel, tomillo, ajo y jugo de limón.
Las brasas revueltas con hojas de guayabo agrio despedían un peculiar olor que embotaba dulcemente los sentidos, de por sí obnubilados por el efecto del aguardiente amarillo que corría a cántaros entre los invitados.
Luego venía el acto principal: los hombres, a la suerte de los dados, encontraban a su oponente y se iniciaba la acción. Una parada, un quite, salto atrás, doble vuelta y zas!.. el golpe certero.
Ospina recuerda al mejor machetero. Era El Tuerto Felipe, que llegaba siempre en un caballo quiteño pura sangre, ganado limpiamente en combate. Era el más puntual de los peleadores; se envolvía la ruana en una mano y en la otra agarraba la peinilla.
Conocía las 32 figuras de la esgrima montañera: la engañosa, la medialuna, la cruz, la estrella y el vuelo de ángel, la más difícil. El Tuerto , perdió un ojo obviamente en combate y en su mejor época de amchetereo, fue jefe de rectificaciones del períodico El Peludo de Alfonso Valancia Zapata, que tenía el lema de no rectificamos pero nos hacemos los bobos por la plata .
Hombres de honor y palabra, aceptaban sin chistear el resultado de la pelea. Sin embargo, a veces una sombra de odio quedaba vagando en el alma y encendía funestas venganzas en atajos y caminos oscuros.
Despúes de la faena de sangre y sudor, el ambiente era más amable. La música de tiples y bandolas y las hermosas y coquetonas polleras campesinas, encendían otras pasiones que terminaban a destajo en los olorosos y coloridos cafetales.
Esta tradición es ahora un espectáculo que difunde el folclor quindiano por el país. El trabajo del Baile de los Macheteros, de Fundanza, protagonizado por jóvenes que no sobrepasan los 15 años, ha ganado varios premios.
En septiembre de 1991 ocuparon el primer lugar en el Concurso Nacional de Danza en Tadó (Chocó), frente a 15 grupos profesionales del Valle del Cauca, Bogotá, Cundinamarca y Antioquia. Y en Venezuela y Ecuador fueron destacados como la mejor escuela juvenil de danza en 1989, por sus montajes llenos de colorido, música y arte. Pasos inciertos Fundanza comenzó en 1981 y está integrada por 120 jóvenes. Su trabajo coreográfico lo constituyen seis montajes de dos horas, que incluyen cada uno 15 bailes de las regiones andina, pacífica, norte y oriente de Colombia.
Entre otros ritmos, bailan el mapalé, el paloteo, la guacherna, el bullerengue, la uripina, la jota, la baluca, la redova, el chotis, al son de instrumentos de viento y percusión, interpretados por ellos mismos.
Realizan además otras actividades de proyección comunitaria, como el Encuentro Nacional de Rondas y Juegos Infantiles que en octubre de 1992 cumple su quinta versión en honor del Descubrimiento de América.
A pesar de ser una entidad sin ánimo de lucro (los alumnos no pagan ni matrícula ni mensualidades) no cuentan con sede propia ni el respaldo económico de institución oficial o privada alguna.


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